La complicidad de las noches de mayo ofrece al que aguarda unas horas de silenciosa soledad para así ir descifrando, gracias al buen tempero, ese inventario de sonidos o rumores que prodiga la naturaleza.
Será muy importante conocer las señales o signos más comunes que preceden a la entrada de un jabalí en nuestro campo de abate. Cada espera cochinera es una página en blanco y al final de la misma, una vez rellena, siempre aprendemos algo.
Son muchos los ruidos que escuchamos en todo el transcurso del aguardo de jabalí y no siempre sabemos interpretar lo escuchado. Es por ello que los muy experimentados nunca se aburren en una espera, dado que el significado de cada ruido lo traducen e intuyen como la aproximación o intervalo de quietud de un animal que llega.
En la oscuridad, la visión tiene que ser necesariamente suplida por el oído, de ahí que con un buen oído nos podemos anticipar a la entrada de cualquier guarro. Los que desconocen las costumbres del jabalí en la noche, ignoran que un animal de muchos kilos hace menos ruido en sus desplazamientos que cualquier roedor.
Pierde quien primero se mueve
El guarro, siempre sigiloso, cuando llega al entorno del aguardo, donde entiende que puede ser observado, mide sus movimientos y en modo lento, después de cada paso, queda inmóvil y mimetizado escuchando, como queriendo descubrir en esa pétrea quietud los movimientos de otro ser llamado humano.
Este jabalí sabe que pierde siempre aquél que primero se mueve, por eso el viejo animal busca descubrir el sonido del movimiento sin provocar ningún ruido perceptible en su llegada. La prueba evidente es que, en ocasiones, nos sorprenda la visión de un animal en plaza sin habernos apercibido de su llegada.

Siempre, en cualquier espera, partimos de la base de que en algún que otro momento el jabalí se aproximará, no sabiendo nunca cuál será ese momento y por ello, al permanecer apostados, tenemos que ser constantes y no perder un ápice de concentración con el paso de las horas. Sólo si estamos concentrados en lo que se considera importante, podremos intuir la llegada del jabalí.
Lo que está en nuestra mano
Si un animal entra muchas noches a la baña o a la comida y justo las noches que esperamos no entra nunca, debemos estudiar si la causa es nuestra actitud al aguardar. En cuestión de aguardos, la suerte es para quienes la trabajan, por eso casi siempre acompaña a los que hacen de la espera un oficio.
Para aguardar los cochinos donde se les espera asiduamente, todo cazador debe mentalizarse del grado de sabiduría que demostrará el guarro, pues en muchos casos tendrá resabios acumulados, por lo que sorprenderá al más adicto y experto de los aficionados.
Un guarro con más de cinco o seis años nunca entra sin tomar precauciones. Son muy pocos los jabalíes que se muestran francos en nuestros días, pues en cualquier entorno ibérico acumulan mucha experiencia nocturna.
Zorros, conejos y pájaros chivatos
Necesariamente, y mucho más en tiempo primaveral, para que se den anuncios de presencia del jabalí, primero debemos procurar que, con anterioridad, todo esté en su nocturno orden natural. Si esperando, como suele pasar, la zorra nos guarrea de forma insistente, pondrá en alerta a todo ser viviente de que existe peligro en el entorno. No es la primera vez, en una noche de luna, que por hacer bulto nuestro perfil, un guarro cambie el rumbo y la dirección de sus pasos al escuchar el anuncio y aviso de la raposa.

En otras ocasiones, son las aves las que rompen a volar violentamente entre las ramas del árbol o arbusto donde acostumbran a pasar la noche, y esto no tiene otra causa que la presencia de un intruso nocturno. Fueron muchas las veces que en los primeros aguardos escuchamos a las torcaces revolarse entre las ramas de los pinos en la noche, sin llegar a entender el porqué de aquel espanto. En la noche nada es circunstancial y podía ser el jabalí el que había provocado, en su aproximación en esperas anteriores, un anuncio de presencia al hacer volar a las aves.
De igual forma sucede con las escandalosas mirlas y también con esos conejos que, cuando el día pierde fuerza, toman protagonismos en el entorno del aguardo. Su lento zapeo aquí y allá es garantía de tranquilidad, y si es roto por la intromisión de cualquier animal, son ellos los que con su veloz y general huida anuncian la llegada de un nuevo visitante.
(Texto: J. M. R. V. / Fotos: Archivo)
Fuente:
www.elcotodecaza.com