Sería un error negar el papel fundamental que tiene y ha tenido la caza en la conservación y el cuidado del medio ambiente. En los últimos años, dados los puentes que se han tendido entre la ciencia de la conservación y actividad cinegética, se está apostando especialmente por la caza como una forma más de proteger el medio ambiente y la fauna que lo habita.

Un repaso al contexto actual

En un tiempo en el que la sociedad esta cada vez más polarizada en torno a estos temas, cabría destacar, para comenzar, que al cazador es al primero al que le debe importar la salud de los ecosistemas, pues ello repercutirá enormemente en la fauna y sus salidas de campo. No es algo que se ignore desde el sector cinegético, pero sí parece que lo ignoran quienes no conocen esta actividad.

Dados diversos factores (principalmente, la actividad humana), los ecosistemas que nos rodean han perdido parte de su capacidad autorreguladora: En ciertas zonas predominan excesos de depredadores silvestres, que amenazan a la ganadería u otras especies; mientras que, en otros lugares, pasa lo contrario. Una falta de depredación ocasiona explosiones poblacionales de presas, que pueden acabar con gran parte de la flora que sustenta toda la cadena trófica.

En definitiva, se está viendo cómo en muchos ecosistemas la relación entre los diversos componentes de la cadena trófica ha sido alterada por la actividad humana. La caza puede actuar como factor regulador de este desequilibrio, ya que, por ejemplo, interviene también en la defensa contra las enfermedades infecciosas que afectan a la fauna silvestre. Son enfermedades que pueden suponer unas graves amenazas, en términos conservacionistas; pero también de salud pública, pues pueden afectar a otras especies de consumo humano o, incluso, directamente, al hombre (hablamos entonces de zoonosis).

La caza puede suponer también una forma de control de las especies invasoras, cada vez más abundantes por culpa del mascotismo irresponsable o tráfico de fauna silvestre. La caza puede impedir que muchas de estas especies supongan unas amenazas para las autóctonas.

La caza es un método de gestión sostenible, que, además, es un recurso rentable y renovable, lo que hace compatibles la conservación de la naturaleza y producción de riqueza para las zonas rurales, hoy en día tan olvidadas. No hay que olvidar que, para la conservación de la naturaleza, son necesarias las totales colaboración y participación de los entornos rurales y conviene que dicha protección repercuta económicamente en esta población.

En definitiva, la caza bien entendida y gestionada por criterios científicos puede ser una magnífica herramienta para proteger la naturaleza, pero también se convierte en una fuente de riqueza que permite que dicha protección esté financiada y repercuta en los entornos rurales.

 

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